martes, 6 de febrero de 2018

Sobrepeso



Me resulta graciosa esta pareja. Dos hombres, ambos obesos, con gafas de sol claras que algo de su mirada traslucen, pelo ralo, ropas descuidadas e injurias alcohólicas marcando su rostro y su mirada, escondida entre párpados inflamados tras las gafas, que imposibilita definir su edad entre los cuarenta y los cincuenta.
Hablan sentados frente a frente mientras desayunan sendas copas de anís con hielo, acodados en una pequeña mesa cuadrada. Su tono es susurrante y reservado, como debe serlo su conversación, amurallada de confidencialidad.
Imposible entender -ni quiero- desde la mesa de al lado, de qué están hablando. Se abre una gama de hipótesis.
Podrían ser dos políticos; bien conspirando; bien arreglando algún cohecho. Pero sus ropas no son acordes a esta hipótesis. 
Podrían ser dos compañeros de consulta siquiátrica tratados con Prozac. Esta conjetura encaja más y se acentúa con sus leves movimientos, como de elefante en calma, y lo arrastrado de sus susurros.
Pero por el interés que muestran en su conversación y lo seria que parece, dada la actitud reflexiva que adoptan mientras hablan y escuchan, también podría ser que estuviesen planeando un golpe. Sobre todo, uno de ellos irradia cierta aureola de convicto.
Puede ser que solo se trate de una pareja homosexual aficionada a desayunar anís mientras hablan de sus cosas.
La mujer con la que me he citado llega por fin. Sólo cinco minutos tarde. No está mal.
Se sienta frente a mí y despliega con cierto embarazo y desgana, todo aquello que ha venido a decirme. Parece dolerle.
Junto a la terraza un barrendero limpia la acera. Silva “La vie en rose”. Lo hace con buen timbre y afinación; incluso el intervalo de quinta entre la última nota de la primera estrofa y la primera de la segunda, lo ejecuta mediante un glisando cromático de muy buen gusto y difícil factura. Es un buen silvador este barrendero.
Pienso que estoy en un restaurante de lujo; que en lugar de tomar café con leche con mi acompañante, degustamos champán francés y que el barrendero que silva es un engalanado violinista que se acerca a nuestra mesa y nos interpreta “La vie en rose” con romántica dulzura.
La pareja de hombres con sobrepeso se ha cogido de la mano y se despeja alguna duda.
El barrendero se entretiene, realizando su labor con esmero, deteniéndose muy próximo a nosotros cuatro. Ha terminado la melodía, pero la vuelve a iniciar desde el principio con renovado énfasis y creciente emocionalidad en su interpretación.
La asistente social que toma café conmigo me confirma que no es posible la concesión de la ayuda solicitada. No cumplo tal y cual requisito. Es simpática. Mientras terminamos nuestro café charlamos sobre música de jazz. Ella es también aficionada.
Uno de los hombres se levanta. Esta vez si se entiende lo que dice a su amigo: “Lo siento, no puede ser”. Apura su copa de anís de un trago y se va con pasos pesados, como de elefante.
El barrendero se aleja y. con él, las notas de “La vie en rose…”
Y con ellas algunas fantasías…



2 comentarios:

  1. Excelente. Interesante. Tal vez no he comprendido el trasfondo, pero no se alude al sobrepeso. Tal vez podríamos metafóricamente considerarlo como todo aquello que les impidió a esos hombres seguir adelante.

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    1. Gracias por leer y encantado si te gustó. Para mí es metafórico lo del sobrepeso, como si hubiese varios tipos de sobrepesos en esta pequeña escena. Un saludo.

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