Me
resulta graciosa esta pareja. Dos hombres, ambos obesos, con gafas de sol
claras que algo de su mirada traslucen, pelo ralo, ropas descuidadas e injurias
alcohólicas marcando su rostro y su mirada, escondida entre párpados inflamados
tras las gafas, que imposibilita definir su edad entre los cuarenta y los
cincuenta.
Hablan
sentados frente a frente mientras desayunan sendas copas de anís con hielo,
acodados en una pequeña mesa cuadrada. Su tono es susurrante y reservado, como
debe serlo su conversación, amurallada de confidencialidad.
Imposible
entender -ni quiero- desde la mesa de al lado, de qué están hablando. Se abre
una gama de hipótesis.
Podrían
ser dos políticos; bien conspirando; bien arreglando algún cohecho. Pero sus
ropas no son acordes a esta hipótesis.
Podrían ser dos compañeros de consulta
siquiátrica tratados con Prozac. Esta conjetura encaja más y se acentúa con sus
leves movimientos, como de elefante en calma, y lo arrastrado de sus susurros.
Pero
por el interés que muestran en su conversación y lo seria que parece, dada la
actitud reflexiva que adoptan mientras hablan y escuchan, también podría ser
que estuviesen planeando un golpe. Sobre todo, uno de ellos irradia cierta aureola
de convicto.
Puede
ser que solo se trate de una pareja homosexual aficionada a desayunar anís mientras
hablan de sus cosas.
La
mujer con la que me he citado llega por fin. Sólo cinco minutos tarde. No está
mal.
Se
sienta frente a mí y despliega con cierto embarazo y desgana, todo aquello que
ha venido a decirme. Parece dolerle.
Junto
a la terraza un barrendero limpia la acera. Silva “La vie en rose”. Lo hace con
buen timbre y afinación; incluso el intervalo de quinta entre la última nota de
la primera estrofa y la primera de la segunda, lo ejecuta mediante un glisando cromático
de muy buen gusto y difícil factura. Es un buen silvador este barrendero.
Pienso
que estoy en un restaurante de lujo; que en lugar de tomar café con leche con
mi acompañante, degustamos champán francés y que el barrendero que silva es un
engalanado violinista que se acerca a nuestra mesa y nos interpreta “La vie en
rose” con romántica dulzura.
La
pareja de hombres con sobrepeso se ha cogido de la mano y se despeja alguna
duda.
El
barrendero se entretiene, realizando su labor con esmero, deteniéndose muy
próximo a nosotros cuatro. Ha terminado la melodía, pero la vuelve a iniciar
desde el principio con renovado énfasis y creciente emocionalidad en su
interpretación.
La
asistente social que toma café conmigo me confirma que no es posible la
concesión de la ayuda solicitada. No cumplo tal y cual requisito. Es simpática.
Mientras terminamos nuestro café charlamos sobre música de jazz. Ella es
también aficionada.
Uno
de los hombres se levanta. Esta vez si se entiende lo que dice a su amigo: “Lo
siento, no puede ser”. Apura su copa de anís de un trago y se va con pasos
pesados, como de elefante.
El
barrendero se aleja y. con él, las notas de “La vie en rose…”
Y
con ellas algunas fantasías…
Excelente. Interesante. Tal vez no he comprendido el trasfondo, pero no se alude al sobrepeso. Tal vez podríamos metafóricamente considerarlo como todo aquello que les impidió a esos hombres seguir adelante.
ResponderEliminarGracias por leer y encantado si te gustó. Para mí es metafórico lo del sobrepeso, como si hubiese varios tipos de sobrepesos en esta pequeña escena. Un saludo.
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