Ser feliz cada momento sin la obligación de tener que llenarlo de nada. Es como una levitación. Levitar por encima de la existencia que se insinúa efímera.
Hoy, al despertar, nos sentíamos un poco mal. La cabeza algo pesada y el sueño queriéndose mantener pegado al cuerpo, como una gelatina pastosa que, de dentro a fuera, manase a borbotones atrapando entre esa sustancia densa y pegajosa toda posibilidad de movimiento.
Pero bueno, anoche lo pasamos muy bien… nos dijimos, con una sonrisa dibujada en la boca que evadía toda culpabilidad a modo de mutua ofrenda. Y un abrazo consiguiente para comenzar a derretir tanta inmovilidad.
Entonces hablamos de lo mayores que nos estamos haciendo todos: “Fulanito ya cumple sesenta este año…”
Ella me dice, como con tristeza: “¡Qué corta se hace la vida!”, y añade: “Estamos aquí de paso”.
Le respondo -sin pensarlo pero queriendo subir el ánimo- que corta, desde luego que lo es… si fuésemos el sol, viviríamos más… Y con una vida muy intensa; reacciones nucleares superpotentes todo el rato, y dando calorcito a unos efímeros seres que se acaban de despertar y que en pocas decenas de vueltas de su planeta a nuestro alrededor, desaparecerán… Ahora bien, eso de estar de paso, en mi opinión, es pura elucubración temerosa de esa finitud y fugaz transitoriedad.
Y me acuerdo del gato que teníamos y que murió a una muy longeva edad para ser gato. Y le pregunto si también estaba de paso; y le pregunto a continuación si los millones de bacterias que viven y mueren cada día entre nuestros dientes, también están de paso.
Siempre me hizo gracia leer en no sé qué libro hace mucho tiempo, que en cada una de nuestras bocas viven más bacterias que habitantes tiene la ciudad de Nueva York, a pesar de los dentífricos y todo.
A mí -le digo, para que nos levantemos y comencemos en algún momento las tareas imponderables que nos aguardan este sábado con buen humor- me parece más reconfortante…
Y entonces le dije el párrafo con el que inicié este texto y que quería apuntar
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