sábado, 10 de marzo de 2018

Nudos


Rebuscando entre la liada madeja de emociones anudadas que llamamos alma; o entre las intrincadas conexiones neuronales que llamamos experiencia, aunque no siempre se tenga claro que efectos -a modo de secuela amarga o dulce- nos haya podido dejar cada una de ellas; o entre los recuerdos que son invenciones o las imaginaciones que son recuerdos, o los recuerdos que nunca fueron del todo así, solo me queda la certeza de la duda; de vivir esa locura ganada a pulso que se sitúa en posición frontal a la cordura oficial que justifica, vive y alimenta el más deleznable desvarío.
Veo ante mí, como una representación, al mito del rey Eresictón. Una representación más; el de Sísifo también anda entre mis favoritos.
Eresictón fue condenado por Deméter, diosa de la tierra y sus frutos, tras haber destruido el árbol sagrado que era su santuario para techar una sala de banquetes en su palacio, a sufrir un hambre atroz de manera permanente.
Tras haber vendido todo, incluso a su hija varias veces, para poder comer y tragar sin fin, y quedar arruinado, terminó por devorarse a sí mismo para acabar con tanto sufrimiento.
Sólo así pudo descansar y quedar su apetito saciado de un modo real.
Solo así se saciará el apetito de quienes sustituyen de este modo la escasez de alimento para nutrir esa madeja de emociones liadas y anudadas que llamamos…

martes, 6 de marzo de 2018

Un día en la Isla de Pascua


Otra vez me ha pasado. Me refiero a aquello que ya esbocé en mi nota “Persecución”, como si hubiese concatenaciones de sucesos, como si pasase algo y, acto seguido, ocurriesen otras cosas que siguen su estela. Ahora que estoy escribiendo en mi cuaderno de notas manuscritas recién ocurrido este fenómeno, en el caso de hoy, de ahora mismo, particularmente, guardo más la impresión de que aquello que he reflexionado se hubiese propagado más allá de mi pensamiento y hubiese llegado al discurso, o la reflexión, de terceros, aplicándolo a sus historias particulares. Tontas comidas de coco… que son objeto de la siguiente casualidad:
Esta mañana estuve en una sala de espera y, como tal, esperando la consulta del médico. Había mucha gente, muchos corrillos hablando entre ellos, con caras de mutua conmiseración solidaria terminal (o quizá no tanto, tan terminal). Iba solo, así que me senté lo más alejado que pude de los corros para evadir la espesura del ambiente, como queriendo ampliar mi campo de visión más allá de la consulta del oncólogo radioterapéuta.
Encontré un asiento solitario frente a un pilar que tenía, adornando su superficie, una lámina enmarcada que exhibía el perfil de un enorme rostro de piedra. Creo que se llaman Moáis… o algo así estas misteriosas esculturas de la Isla de Pascua. Tras de este rostro se observaban otros, desenfocados, formando un semicírculo. Todos parecían mirar un punto fijo que les era concéntrico. En la lejanía se veía el océano.
Saqué mi cuaderno de notas y apunté: “Los rostros de piedra no pueden evitar mirar a otro lugar más allá del pequeño horizonte donde su visión ha quedado retenida, como un mecanismo atorado que no les permite mirar el horizonte marino e, incluso, más allá, donde habitan los sueños, esperanzas, proyectos… Quizá cuando se acaban estas miradas, ya te estás muriendo un poco por dentro…”
La anotación seguía, cavilando sobre las miradas de piedra fijas y sus consecuencias en otros ámbitos, y sobre aquellos que, siendo gente corriente, les dan pábulo para que estas miradas fijas en la iniquidad, muchas veces legal, existan sin problema…pero esto ya no viene al caso que estoy contando ahora.
Esta tarde salí a pasear al perro y me sorprendió copiosa lluvia. Me refugié en una terraza de un bar que está techada y con paredes de plástico, tiene estufa, se puede fumar y pueden estar los perros… Genial. Pues me tomé una cerveza.
En la terraza solo una pareja, en el otro extremo, compartían conmigo la estancia. Hablaban en voz baja, yo miraba las gotas deslizarse por la pared de plástico y mi perro se sacudía el agua bajo la mesa que ocupábamos.
Entonces el hombre eleva la voz y le dice a la mujer con tono admonitorio: “Hay dos maneras de mirar, así: (y colocaba sus manos en forma de flecha que dirigía a un punto concreto) y así: (y juntaba las palmas a la altura de la muñeca moviendo la estructura resultante como si fuese una antena parabólica buscando extraterrestres)”. Hizo una pausa escrutando el rostro de su pareja, como viendo si se había hecho entender. Ante un diagnóstico negativo, continuó: “Cuando algo te mosquea, no eres capaz de ver la situación en su conjunto, sino solo aquello en lo que te has quedado pillada y que afecta a tus convicciones y principios. ¡Ya podrías expandir un poco tu altura de miras!
La mujer se quedó pensativa, parecía molesta, su cara comenzó a contraerse, su ceño se fruncía conforme digería las palabras y movimientos de manos escuchadas y vistos, y el ácido resultante de tal digestión parecía corroerle las entrañas por dentro. Los puños se contrajeron sobre la mesa mientras su rostro enrojecía. Todo parecía apuntar a una explosión.
Me mantuve expectante con disimulo, alerta por si algún tipo de arma arrojadiza, esquivada por el hombre venía en mi dirección. Pensaba qué cosa sería ese principio inexpugnable ante el que la mujer era incapaz de ofrecer una óptica más abierta; pensaba en los Moáis de piedra incapaces de mirar más allá del punto fijado por los Rapanuis que los construyeron.
Fueron unos segundos de inquietante intriga, con los reflejos alerta. En cierto modo, lo disfrutaba como si fuese el momento culminante de un thriller que has visto durante un buen rato. Por fin se produjo el desenlace de este cuento.
La mujer, tras estos instantes en los que la cólera parecía haberse apropiado de ella por completo, estalló en una carcajada y le gritó a su presunto marido: “¡Pues lo mismo haces tú con tu polla y no digo yo na!”
El hombre rió de manera natural; disimulé de mala manera una carcajada igualmente espontánea. El hombre, al advertir mi risa, me miró algo turbado. Puse cara de circunstancias, en concreto de una circunstancia que venía a decir cosas así: “No me interesan tus problemas sexuales… directa la chica, ¿eh? ...”
Esperé a que se fueran, cosa que hicieron a los pocos minutos, tras volver a charlar de manera íntima e inaudible, para apuntar esto en mi cuaderno. Pensaba que, si me veía el hombre tomar notas recién sufrida su pequeña humillación, igual se enfadaba de verdad y me parecía un poco invasivo… poco respetuoso.
Durante el tiempo que todavía estaban ahí, acaricié mi perro entre sorbos de cerveza, mientras todo esto que acabo de escribir se ordenaba en mi cabeza.


lunes, 5 de marzo de 2018

Identidad




La luz cenital despeja y elimina las sombras alargadas de pasado y futuro; despeja el juicio de las mismas proyecciones; de atavismos y consignas; de cátedras y gnosticismos; de usos y corrientes.
Una seña de identidad.
La larga sombra del tiempo se proyecta a nuestras espaldas prolongándose conforme el sol baja y el día declina. Caminamos al encuentro de la noche.
Queda en el recuerdo el día (o la vida) transcurrido (o transcurrida), la mayoría de ellos (o de ellas) inexistentes, desmemoriados; días (o vidas) que jamás serán redivivos cuando contemplemos (o contemplen) a nuestra espalda la larga sombra del tiempo o de los cipreses.