En la parte de atrás del autobús en el que durante las últimas
dos semanas cruzo la ciudad a diario hay un lugar muy especial.
Los asientos forman una ele; tres asientos pegados a la parte posterior del bus
y cuatro en el lateral. En el hueco que se forma en la esquina, donde convergen
las dos filas perpendiculares de asientos, han puesto una superficie plana
metálica que parece -o haría función de- una mesa.
Solo faltaría poner sobre ella un florero; o unas fotos enmarcadas de amigos y familia; o unas
revistas (un cenicero no, que está prohibido fumar); quizá alguna botella de un
buen licor y unas copas; o un juego de té... en fin, cualquier cosa así
hogareña, para sentirte como en el salón de tu casa rodeado de amigos. Pero,
claro, no es así, son desconocidos los que comparten contigo la salta de
estar.
Siempre, si cabe la posibilidad, me siento en una
de estas plazas, únicas en cuanto a su disposición en el vehículo. Pero nunca
ha surgido ningún tipo de interacción entre los ocupantes de este bello rincón.
(Quizá mañana me lleve una cafetera, un camping gas y unas tazas, a ver que
pasa)
Por lo general, los demás inquilinos de la
habitación están concentrados en atender sus móviles y tabletas. Y esto es así
aunque viajen en parejas o grupo. Miran su dispositivo, con unos finos cables
colgando de sus oídos, sin desviar un ápice la mirada; sin que sus ojos puedan
encontrarse con una humana pupila intrusa que transmita siquiera una leve
emoción o una pizca del lenguaje que transpiran los humanos cuando callan.
Esto me ha hecho recordar un dibujo que vi ayer que
describía el cuarto mono que ya vive entre nosotros: a los tres famosos del ver
oír y callar, se sumaba uno nuevo que, absorto por un aparatito que tenía entre
sus manos, ni ve, ni oye, ni habla.
Éste no será el último mono que se sume a esta
pandilla. Seguro que viene un quinto... a no mucho tardar.
En mi opinión, el quinto mono ni verá, ni oirá, ni
hablará; pero tampoco se moverá.
Todo lo podrá obtener (o casi todo) sin locomoción
alguna (o mínima) con solo darle a la aplicación pertinente, a la domótica y
con mucha realidad virtual sustituyendo a la realidad de la buena.
Tras esta digresión homínida que ha surgido, paso a
relatar lo que pasó en la sala de estar del autobús.
Pero, en verdad, que no pasó
nada. Me lo tendría que inventar.
Quizá sería mejor que pasasen
cosas de las de realidad de la buena...
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