martes, 27 de febrero de 2018

Una cuestión ética


Cuando la realidad se presenta cruda, es decir, que no existe o se encuentra forma de cocinarla ni condimentarla para que resulte apetitosa o no indigesta -también podríamos decir que se exhibe “hecha unos zorros”, apabullándonos con su presencia y sin posibilidad de maquillarla- se la puede depositar en la nevera, que se conserve sin pudrirse hasta que el humor varíe (sí, ese humor que nos incita a engañarla e ir toreándola como se pueda, para que vuelva después, más airada y hostil, una vez desmontada la añagaza) y que, en virtud de ese cambio, nos permita comérnosla cruda, aunque sea tapando nuestra nariz para sentir atenuado su desagradable sabor y aroma de realidad apestosa.
Esta manera de afrontar la realidad, con valentía y arrojo, cuando nos viene mal dada y asumiendo todas sus consecuencias, está situada en los límites del canibalismo.
No digo más: me dispongo a sacar del frigorífico al recaudador de impuestos del reino; al cobrador de la luz; al del gas; al operador de telefonía; a la directora del banco hipotecario…creo que me está entrando hambre y debo afrontar esta cruda realidad.
Sí, ya sé que estos sujetos que acabo de merendarme no tienen ninguna culpa de esta tragedia. Son meros trabajadores. Y que debería y podría afrontar esta cruda realidad con otros métodos más sensatos, razonables y acordes a la integración social. Lo que pasa es que cuando acabas de escuchar el noticiero en la radio, terminas por insensibilizarte.
Y tampoco está mal si nos integramos en la cultura del reciclaje y, cuando ya hemos vivido una temporadita buena, nos ahorramos las molestas pensiones y nos convertimos en fuente de proteínas, muy solidarios, para el resto, combatiendo el envejecimiento y superpoblación del planeta de una sola tacada.
No sería complicado legislar al respecto.
Sí, ya sé que no estamos tan mal como para llegar a este extremo, a soluciones tan drásticas.
¿Cómo?... Había olvidado el noticiero radiofónico. Yo diría que sí; que sí que estamos tan mal y que esto es precisamente lo que hacemos, pero sin legislar el canibalismo desde una perspectiva razonable, honesta y progresista.
Se legisla para dar protección jurídica y soporte político a los más glotones antropófagos, dejando al resto, la inmensa mayoría, en flagrante marginación y abandono institucional.
Mientras millones de personas, muchos niños, no tienen acceso a medicinas básicas y mueren por este motivo, la industria farmacéutica no cesa en incrementar sus obscenos ingresos. Esto no ha sido contado en una sola noticia, sino en dos; una económica y otra que daba informes de Save the children.
Caníbales glotones.
Lo mismo, en su terreno, se puede decir de la industria alimentaria y la del petróleo, que aplica la máquina de picar carne allá donde se encuentren buenos yacimientos en tierra de infieles.
Entonces, si la sociedad está sustentada por los pilares del canibalismo…
(la armamentística, la religiosa -sí, he dicho bien, industria- la automovilística…)
¿Qué tiene de malo si aplicamos esos mismos cimientos cuando la cruda realidad nos sacude?
(tecnológica, textil, constructoras, agroganaderas… ¡madre mía!)
¿Quién puede tener autoridad moral para juzgar y criminalizar esto?
Surge otra pregunta:
¿Resulta más ético quedar en exclusión social (caníbal) o estar plenamente integrado social(caníbal)mente?
Puede que la solución al canibalismo sea que nos excluyamos todos de él; si no… todos caníbales, sin medias tintas ni injusticias de doliente discriminación que no encuentra la manera de cocinar la realidad, y te la ofrece cruda para su consumo.



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