sábado, 10 de marzo de 2018

Nudos


Rebuscando entre la liada madeja de emociones anudadas que llamamos alma; o entre las intrincadas conexiones neuronales que llamamos experiencia, aunque no siempre se tenga claro que efectos -a modo de secuela amarga o dulce- nos haya podido dejar cada una de ellas; o entre los recuerdos que son invenciones o las imaginaciones que son recuerdos, o los recuerdos que nunca fueron del todo así, solo me queda la certeza de la duda; de vivir esa locura ganada a pulso que se sitúa en posición frontal a la cordura oficial que justifica, vive y alimenta el más deleznable desvarío.
Veo ante mí, como una representación, al mito del rey Eresictón. Una representación más; el de Sísifo también anda entre mis favoritos.
Eresictón fue condenado por Deméter, diosa de la tierra y sus frutos, tras haber destruido el árbol sagrado que era su santuario para techar una sala de banquetes en su palacio, a sufrir un hambre atroz de manera permanente.
Tras haber vendido todo, incluso a su hija varias veces, para poder comer y tragar sin fin, y quedar arruinado, terminó por devorarse a sí mismo para acabar con tanto sufrimiento.
Sólo así pudo descansar y quedar su apetito saciado de un modo real.
Solo así se saciará el apetito de quienes sustituyen de este modo la escasez de alimento para nutrir esa madeja de emociones liadas y anudadas que llamamos…

martes, 6 de marzo de 2018

Un día en la Isla de Pascua


Otra vez me ha pasado. Me refiero a aquello que ya esbocé en mi nota “Persecución”, como si hubiese concatenaciones de sucesos, como si pasase algo y, acto seguido, ocurriesen otras cosas que siguen su estela. Ahora que estoy escribiendo en mi cuaderno de notas manuscritas recién ocurrido este fenómeno, en el caso de hoy, de ahora mismo, particularmente, guardo más la impresión de que aquello que he reflexionado se hubiese propagado más allá de mi pensamiento y hubiese llegado al discurso, o la reflexión, de terceros, aplicándolo a sus historias particulares. Tontas comidas de coco… que son objeto de la siguiente casualidad:
Esta mañana estuve en una sala de espera y, como tal, esperando la consulta del médico. Había mucha gente, muchos corrillos hablando entre ellos, con caras de mutua conmiseración solidaria terminal (o quizá no tanto, tan terminal). Iba solo, así que me senté lo más alejado que pude de los corros para evadir la espesura del ambiente, como queriendo ampliar mi campo de visión más allá de la consulta del oncólogo radioterapéuta.
Encontré un asiento solitario frente a un pilar que tenía, adornando su superficie, una lámina enmarcada que exhibía el perfil de un enorme rostro de piedra. Creo que se llaman Moáis… o algo así estas misteriosas esculturas de la Isla de Pascua. Tras de este rostro se observaban otros, desenfocados, formando un semicírculo. Todos parecían mirar un punto fijo que les era concéntrico. En la lejanía se veía el océano.
Saqué mi cuaderno de notas y apunté: “Los rostros de piedra no pueden evitar mirar a otro lugar más allá del pequeño horizonte donde su visión ha quedado retenida, como un mecanismo atorado que no les permite mirar el horizonte marino e, incluso, más allá, donde habitan los sueños, esperanzas, proyectos… Quizá cuando se acaban estas miradas, ya te estás muriendo un poco por dentro…”
La anotación seguía, cavilando sobre las miradas de piedra fijas y sus consecuencias en otros ámbitos, y sobre aquellos que, siendo gente corriente, les dan pábulo para que estas miradas fijas en la iniquidad, muchas veces legal, existan sin problema…pero esto ya no viene al caso que estoy contando ahora.
Esta tarde salí a pasear al perro y me sorprendió copiosa lluvia. Me refugié en una terraza de un bar que está techada y con paredes de plástico, tiene estufa, se puede fumar y pueden estar los perros… Genial. Pues me tomé una cerveza.
En la terraza solo una pareja, en el otro extremo, compartían conmigo la estancia. Hablaban en voz baja, yo miraba las gotas deslizarse por la pared de plástico y mi perro se sacudía el agua bajo la mesa que ocupábamos.
Entonces el hombre eleva la voz y le dice a la mujer con tono admonitorio: “Hay dos maneras de mirar, así: (y colocaba sus manos en forma de flecha que dirigía a un punto concreto) y así: (y juntaba las palmas a la altura de la muñeca moviendo la estructura resultante como si fuese una antena parabólica buscando extraterrestres)”. Hizo una pausa escrutando el rostro de su pareja, como viendo si se había hecho entender. Ante un diagnóstico negativo, continuó: “Cuando algo te mosquea, no eres capaz de ver la situación en su conjunto, sino solo aquello en lo que te has quedado pillada y que afecta a tus convicciones y principios. ¡Ya podrías expandir un poco tu altura de miras!
La mujer se quedó pensativa, parecía molesta, su cara comenzó a contraerse, su ceño se fruncía conforme digería las palabras y movimientos de manos escuchadas y vistos, y el ácido resultante de tal digestión parecía corroerle las entrañas por dentro. Los puños se contrajeron sobre la mesa mientras su rostro enrojecía. Todo parecía apuntar a una explosión.
Me mantuve expectante con disimulo, alerta por si algún tipo de arma arrojadiza, esquivada por el hombre venía en mi dirección. Pensaba qué cosa sería ese principio inexpugnable ante el que la mujer era incapaz de ofrecer una óptica más abierta; pensaba en los Moáis de piedra incapaces de mirar más allá del punto fijado por los Rapanuis que los construyeron.
Fueron unos segundos de inquietante intriga, con los reflejos alerta. En cierto modo, lo disfrutaba como si fuese el momento culminante de un thriller que has visto durante un buen rato. Por fin se produjo el desenlace de este cuento.
La mujer, tras estos instantes en los que la cólera parecía haberse apropiado de ella por completo, estalló en una carcajada y le gritó a su presunto marido: “¡Pues lo mismo haces tú con tu polla y no digo yo na!”
El hombre rió de manera natural; disimulé de mala manera una carcajada igualmente espontánea. El hombre, al advertir mi risa, me miró algo turbado. Puse cara de circunstancias, en concreto de una circunstancia que venía a decir cosas así: “No me interesan tus problemas sexuales… directa la chica, ¿eh? ...”
Esperé a que se fueran, cosa que hicieron a los pocos minutos, tras volver a charlar de manera íntima e inaudible, para apuntar esto en mi cuaderno. Pensaba que, si me veía el hombre tomar notas recién sufrida su pequeña humillación, igual se enfadaba de verdad y me parecía un poco invasivo… poco respetuoso.
Durante el tiempo que todavía estaban ahí, acaricié mi perro entre sorbos de cerveza, mientras todo esto que acabo de escribir se ordenaba en mi cabeza.


lunes, 5 de marzo de 2018

Identidad




La luz cenital despeja y elimina las sombras alargadas de pasado y futuro; despeja el juicio de las mismas proyecciones; de atavismos y consignas; de cátedras y gnosticismos; de usos y corrientes.
Una seña de identidad.
La larga sombra del tiempo se proyecta a nuestras espaldas prolongándose conforme el sol baja y el día declina. Caminamos al encuentro de la noche.
Queda en el recuerdo el día (o la vida) transcurrido (o transcurrida), la mayoría de ellos (o de ellas) inexistentes, desmemoriados; días (o vidas) que jamás serán redivivos cuando contemplemos (o contemplen) a nuestra espalda la larga sombra del tiempo o de los cipreses.


miércoles, 28 de febrero de 2018

Crónicas de la nueva era (preludio)


A partir de la generación en un laboratorio de experiencias místicas, inducidas por la activación mediante estimulación eléctrica o magnética, de las áreas límbicas del cerebro, un gurú visionario, Marcelo Meliades, reputado neurocientífico y estudioso de la espiritualidad a lo largo y ancho del mundo y de su historia, elaboró un complejo software que podía, de manera precisa, diseñar el tipo de experiencia concreta que se podía inducir a los individuos sometidos a estimulación del lóbulo temporal.
Administrando los flujos magnéticos y/o eléctricos en puntos precisos y dependiendo de la magnitud de la carga suministrada, se podían generar unas experiencias u otras, obteniendo resultados uniformes y homogéneos entre la totalidad de los sujetos sometidos a tales pruebas.
El equipo de M. Meliades pudo conseguir, entre otras cosas, que se sintiese la sensación de salir del cuerpo físico; de percibir una presencia sobrenatural a la que se podía escuchar, pues nos hablaba; de ver una gran luminosidad con conciencia que se mostraba omnisciente e inefable y capaz de albergarnos en su interior como si fuésemos parte de ella; de encontrarnos con difuntos a los que amábamos y que se mostraban dulces, cordiales y felices, como liberados del dolor, sufrimiento y enfermedad que azota al común de los mortales.
Todo esto se podía conseguir aplicándolo sin ningún tipo de arbitrariedad, y sin necesidad de ingerir sustancias enteógenas -etimológicamente, Dios generado dentro de nosotros- , con toda lucidez, elegancia y sobriedad, por tanto; sin tener, así mismo, que someternos al maltrato físico del ayuno prolongado, el agotamiento consecuente y otras prácticas propias de ascetas y anacoretas, y sin tener que padecer (como parece ser que sufrieron grandes maestros espirituales, desde Teresa de Jesús, hasta el fundador de la iglesia de los mormones) ningún tipo de epilepsia que nos acerque a lo divino y lo sobrenatural.
Significó un antes y un después en el ejercicio de la espiritualidad, faceta que, por motivos fisiológicos, al estar nuestro cerebro dotado de un sistema capaz de producir estas experiencias, resulta innata e inherente al ser humano y que ha supuesto la base sobre la que se ha construido todo el edificio de las religiones, como sistemas vehiculares para poder llevarla a la práctica, pero que no eran más que una construcción social constituida por diferentes y múltiples factores que nada tienen que ver con la espiritualidad y su praxis. Marcelo Meliades pensó con acierto que no podía haber religión sin espiritualidad, pero sí lo contrario y que, como la espiritualidad es inherente e innata, es por tanto necesaria y que era necesario encontrar la forma constructiva de administrarla a la sociedad sin que ello, como estaba ocurriendo y había ocurrido siempre, fuese causa de perjuicios, sufrimiento, guerras y muerte, haciendo que la espiritualidad, mal administrada por la religión, consiguiese los efectos contrarios a su verdadera naturaleza.
Tras los experimentos clínicos realizados, Marcelo Meliades mostró y demostró las religiones tradicionales como falaces e innecesarias.
Tras varios años de experimentación, ajustes y mejoras, se construyó el primer centro de congregación de la Nueva Iglesia Digital de la Divinidad Enteógena, donde se podía explorar el Dios que habita en cada uno de nosotros y que produce nuestro propio cerebro.
Este primer prototipo, experimental todavía, tenía una capacidad limitada a trescientas personas que se acomodaban de manera similar a cualquier iglesia arcaica; filas de bancos situadas frente a un altar en el que un maestro de ceremonias dirigía el numinoso servicio religioso.
Cuando el feligrés ocupaba su posición en el banco, la cabeza era sujetada a un respaldo con reposacabezas de altura regulable, mediante un pequeño casco, que daba aspecto de acertada tonsura, que fijaba la testa en el cabezal. De este casco partían los estímulos eléctricos y/o magnéticos que producían las deseadas y convenientes experiencias místicas elegidas por el maestro oficiante en consonancia con el contenido sobre el que versase su puntual homilía; la pertinente visión extática o sublimación extasiada que fuese pertinente.
En muy poco tiempo, dada la facilidad y magnitud que la Iglesia Enteógena ofrecía para que la espiritualidad fuese ejercida con una plenitud jamás antes alcanzada, proliferaron los templos por todo el planeta, haciendo que las creencias y la fe en las iglesias tradicionales se desmoronasen, con la consecuente desaparición de tales credos. Se sustituyó la fe por la experiencia, ocupando Dios el lugar que siempre le había correspondido, alojado en una pequeña porción de nuestros cerebros.
Las ceremonias fúnebres cobraron una nueva dimensión. Se realizaban funerales en los nuevos templos con el finado de cuerpo presente y, tras recitar algunos versos y panegíricas sobre el difunto, e inscribirlo en el obituario, se inducía la manifestación ectoplasmática, se podía sentir la presencia del desaparecido, la materialización subjetiva de su espíritu. Todos los asistentes, desde su asiento en el banco, tocados con la plástica tonsura eletromagnética, charlaban en voz baja, sin molestarse unos a otros, con la representación del espíritu que percibían. Podían oír su voz con claridad, como si manase de dentro de ellos mismos, diciéndoles las palabras que deseaban escuchar, aunque quizá no siempre fuesen ciertas o se ajustasen a la realidad, sino a su propia subjetividad. Pero eso importaba bien poco en comparación con lo reconfortante que resultaba sentir de forma tan veraz y cercana al ser querido.
 Construir estos templos, equipados con sofisticadas máquinas de inducción espiritual controladas por ordenador, aún siendo nada ostentosos y espartanos en su decoración para que nada distrajese al feligrés cuando entrase en algún tipo de trance extático, resultaba bastante costoso.
Como el éxito fue unánime, se tuvieron que construir templos cada vez más grandes y en mayor cantidad, aprovechándose también, tras severas reformas en las que se desechaba toda su antigua imaginería, los templos utilizados por las religiones tradicionales, relegadas a un olvido irreversible. Los gobiernos de los estados, como consecuencia de todos los progresos que aportaba esta nueva religión, colaboraron con la fundación creada por Marcelo Meliade para la difusión y culto de esta nueva praxis espiritual, cediendo espacios y locales y donando los antiguos templos expropiados a las extintas iglesias convencionales.
A pesar de este crecimiento exponencial de las Iglesias Enteógenas, la demanda de servicios espirituales era tan alta que se tuvo que gestionar la asistencia a las ceremonias litúrgicas por rigurosos turnos.
Se ofrecían dos servicios, denominados endomisas, en sesión matinal y vespertina, todos los días del año. Cada persona solo podía asistir a una endomisa por semana, asignándosele un día y una sesión, bien por la mañana, bien por la tarde, en un templo determinado que no siempre era el más cercano -si es que éste se hallaba saturado- a su lugar de residencia. De este modo se garantizaba el derecho universal, recogido en la carta de derechos humanos, de ejercer la espiritualidad inducida, sin que nadie quedase excluido de disfrutar de esta función innata.
Marcelo Meliade fue distinguido por la O.N.U con el reconocimiento  de “Gran constructor del nuevo paradigma de la totalidad vital unificada” y se acordó por aplastante mayoría que en cada templo, solo compuesto por paredes desnudas de piedra, las bancadas para la estimulación límbica y un sencillo altar donde el maestro de ceremonias dirigía las sesiones con prosopopeya litúrgica, se colocara un retrato, en un lugar que pudiese ser visible para todos los congregados, del Gran Constructor, que mostraría la fraternal y franca sonrisa que Marcelo adoptó, sin que nunca se borrase de su faz, tras la rápida y exitosa expansión de su visionaria doctrina.
El nacimiento de esta nueva confesión no solo supuso un cambio drástico en cuanto a cuestiones religiosas y morales para la humanidad. Resultó ser también el comienzo de una verdadera revolución en términos sociales, económicos y políticos, llegando a trastocar por completo las pautas de convivencia y los núcleos sociales sobre los que se construían las relaciones humanas, globalizándose y homogeneizándose estas nuevas prácticas y costumbres con celeridad. Prácticamente se erradicó el sufrimiento de la faz de la tierra.
Al ser cada sujeto mesías de sí mismo, profeta de su propio Dios enteógeno, y poder experimentar la fuerza y claridad de la divinidad, tanto de manera visionaria, como escuchando mensajes del más allá, y al poder producir y protagonizar todos y cada uno de estos milagros portentosos, la tendencia a buscar el placer en la abundancia y la riqueza material se fue disolviendo, hasta desvirtuarse por completo, por lo que el hermanamiento espiritual entre congéneres y las experiencias elevadas de profunda comprensión y conocimiento, se alzaron como patrones de búsqueda de la felicidad. Por otra parte, la necesidad de construirse una identidad, casi siempre ligada a una actividad -y la obsesión por ambas- que daba sentido a la existencia, desapareció, diluida entre la suprema identidad totalizadora que se alojaba en nuestro sistema límbico y que éramos capaces de despertar y gestionar para ofrecernos la felicidad de la total iluminación y el discernimiento unívoco del mundo en que vivimos.
Este tipo de felicidad eclipsaba cualquier otra que anteriormente tanto se valoró y por la que tanto se luchaba en los tiempos arcaicos, sin que nunca consiguiese el individuo saciar su hambre de materialismo, empujándole a nuevas atrocidades para acumular más innecesaria riqueza.
Ya estos tiempos de oscuridad, terror y destrucción habían pasado a la historia, cerrando un capítulo tan negro como dilatado; los tiempos previos a la gran revolución espiritual que supuso la creación por parte de Marcelo Meliade, de la Nueva Iglesia Digital de la Divinidad Enteógena, que trajo consigo el mayor salto evolutivo de la humanidad jamás registrado.

martes, 27 de febrero de 2018

Una cuestión ética


Cuando la realidad se presenta cruda, es decir, que no existe o se encuentra forma de cocinarla ni condimentarla para que resulte apetitosa o no indigesta -también podríamos decir que se exhibe “hecha unos zorros”, apabullándonos con su presencia y sin posibilidad de maquillarla- se la puede depositar en la nevera, que se conserve sin pudrirse hasta que el humor varíe (sí, ese humor que nos incita a engañarla e ir toreándola como se pueda, para que vuelva después, más airada y hostil, una vez desmontada la añagaza) y que, en virtud de ese cambio, nos permita comérnosla cruda, aunque sea tapando nuestra nariz para sentir atenuado su desagradable sabor y aroma de realidad apestosa.
Esta manera de afrontar la realidad, con valentía y arrojo, cuando nos viene mal dada y asumiendo todas sus consecuencias, está situada en los límites del canibalismo.
No digo más: me dispongo a sacar del frigorífico al recaudador de impuestos del reino; al cobrador de la luz; al del gas; al operador de telefonía; a la directora del banco hipotecario…creo que me está entrando hambre y debo afrontar esta cruda realidad.
Sí, ya sé que estos sujetos que acabo de merendarme no tienen ninguna culpa de esta tragedia. Son meros trabajadores. Y que debería y podría afrontar esta cruda realidad con otros métodos más sensatos, razonables y acordes a la integración social. Lo que pasa es que cuando acabas de escuchar el noticiero en la radio, terminas por insensibilizarte.
Y tampoco está mal si nos integramos en la cultura del reciclaje y, cuando ya hemos vivido una temporadita buena, nos ahorramos las molestas pensiones y nos convertimos en fuente de proteínas, muy solidarios, para el resto, combatiendo el envejecimiento y superpoblación del planeta de una sola tacada.
No sería complicado legislar al respecto.
Sí, ya sé que no estamos tan mal como para llegar a este extremo, a soluciones tan drásticas.
¿Cómo?... Había olvidado el noticiero radiofónico. Yo diría que sí; que sí que estamos tan mal y que esto es precisamente lo que hacemos, pero sin legislar el canibalismo desde una perspectiva razonable, honesta y progresista.
Se legisla para dar protección jurídica y soporte político a los más glotones antropófagos, dejando al resto, la inmensa mayoría, en flagrante marginación y abandono institucional.
Mientras millones de personas, muchos niños, no tienen acceso a medicinas básicas y mueren por este motivo, la industria farmacéutica no cesa en incrementar sus obscenos ingresos. Esto no ha sido contado en una sola noticia, sino en dos; una económica y otra que daba informes de Save the children.
Caníbales glotones.
Lo mismo, en su terreno, se puede decir de la industria alimentaria y la del petróleo, que aplica la máquina de picar carne allá donde se encuentren buenos yacimientos en tierra de infieles.
Entonces, si la sociedad está sustentada por los pilares del canibalismo…
(la armamentística, la religiosa -sí, he dicho bien, industria- la automovilística…)
¿Qué tiene de malo si aplicamos esos mismos cimientos cuando la cruda realidad nos sacude?
(tecnológica, textil, constructoras, agroganaderas… ¡madre mía!)
¿Quién puede tener autoridad moral para juzgar y criminalizar esto?
Surge otra pregunta:
¿Resulta más ético quedar en exclusión social (caníbal) o estar plenamente integrado social(caníbal)mente?
Puede que la solución al canibalismo sea que nos excluyamos todos de él; si no… todos caníbales, sin medias tintas ni injusticias de doliente discriminación que no encuentra la manera de cocinar la realidad, y te la ofrece cruda para su consumo.



domingo, 25 de febrero de 2018

No se culpe a nadie


Hace ya muchos años, una pareja de científicos, Klüver y Bucy, pudieron identificar en un grupo de monos los síntomas producidos tras haberles sido extirpadas las amígdalas cerebrales.
Mostraban una conducta alimentaria indiscriminada, como si padeciesen una bulimia exagerada, con la particularidad de que eran capaces de comer cualquier cosa; todo se lo llevaban a la boca y era susceptible de ser ingerido.
Similar conducta mantenían en cuanto a su sexualidad. Su ya de por sí, al igual que la humana, abundante actividad se incrementó de manera desorbitada, tanto en la forma autoerótica (onanismo) como en actos homosexuales o heterosexuales, eligiendo también objetos inadecuados para ello -eran capaces de intentar copular con una silla- y la misma actitud se observaba tanto en machos como en hembras.
La tercera singularidad que observaron fue que habían perdido por completo el miedo. Tanto el innato, como el aprendido. Cogían con sus manos y se llevaban a la boca sonriendo serpientes ante las que, en circunstancias normales, habrían salido corriendo solo con verlas.
Los tres pilares básicos para poder preservar la especie se encuentran regulados por estas dos pequeñas almendras de materia gris situadas en las profundidades de nuestra masa encefálica y que todos los vertebrados poseemos.
Sin ellas, estas tres necesidades: alimentación, reproducción y seguridad, se reducirían a un caótico y grotesco desastre en virtud del cual, tanta lujuria y atracción erótica nos despertaría un hombre o mujer hermoso o hermosa, como una farola o un calamar; tanto degustaríamos una comida elaborada por el mejor chef como una zapatilla o un cenicero rebosante… Y todo ello mientras caminamos alegremente, comiendo una zapatilla y copulando con un botijo, al encuentro del autobús que nos va a atropellar.
Quizá se podría hacer una variante de peli o serie de zombis, en la que son seres desamigdalados los que causan el terror y contagian mediante mordisco, coito o sodomización a los no contaminados… Podría ser interesante, con escenas muy impactantes, también… Además, como la atrofia de las amigdalas cerebrales, produce afasia (no se reconoce a nadie) y dificultad para el habla, la diferencia con los zombis de toda la vida no sería tanta… Trabajaré en algún guion, a ver qué pasa…
Volviendo a la realidad, en el fondo, bien mirado, no tan distinta de este apocalipsis desamigdalado, podemos observar que los humanos hemos construido a partir de estos tres primitivos pilares de supervivencia, verdaderas fuentes de placer sobre las que tanto se ha escrito y filmado; desde el Kama-sutra, Tantra yoga, Mil y una noches, Marqués de Sade, a la guía Michelin con sus estrellas, los libros de recetas de cocina de diferentes tendencias, nacionalidades y gustos nutricionales, todo ello para convertir estas necesidades básicas en fuentes de placer.
Sobre el miedo… también lo disfrutamos, como espectadores viendo o leyendo ese thriller que nos pone los pelos de punta, o en carne propia tirándonos por una montaña rusa o de lo alto de un puente con una cuerda elástica atada al pie.
Podríamos decir que, para “consumo interno”, nuestra especie ha sabido gestionar bastante bien las tres funciones reguladas por nuestras amígdalas para conseguir disfrutar de ellas (sí, ya sé que hay un colectivo alarmante de individuos que por cuestiones concernientes a desordenes de otra parte del cerebro, la región límbica, donde se gestionan tanto las emociones como las experiencias místicas, ven esta utilización para el placer como algo inmoral y pecaminoso; y que hay otro colectivo creciente y preocupante que comete atrocidades con cuestiones sexuales; violadores y asesinos… pero estos son otros temas, vastos y amplios también, que la neurociencia está estudiando)
Sin embargo, para “consumo externo”, es decir, en términos de poder, seguimos utilizando estas tres joyas como armas de destrucción masiva, sin dudar en utilizar el hambre, la incultura en materia sexual y la falta absoluta de control de la natalidad y, por supuesto, el miedo -el real y el fundamentado en la ignorancia de sectas religiosas y hechiceros prehistóricos- para poder saquear y abusar (sí, sexualmente también) de todos aquellos cuya paupérrima miseria e ignorancia va a significar la acumulación absurda (absurda, indecente, obscena y criminal) de riqueza y bienes materiales por parte de quienes ejercen este poder y estas consentidas masacres con un par de… amígdalas.
A lo mejor, no se trata de que nuestra cultura -por cómo se comporta con la mayoría de habitantes de este planeta que vive sin ni siquiera agua corriente, padeciendo tremendas hambrunas, esclavizada y reproduciéndose como conejos (aunque la tasa de mortalidad infantil sea tan alta que no proliferen como tales, aunque más de lo debido, aun así, demográficamente)- sea una cultura desalmada; quizá sea una cultura desamigdalada. O quizá sean demasiado primitivas todavía estas dos pequeñas almendras de materia gris…
En ese caso, no se culpe a nadie, y mantengamos tranquilas nuestras conciencias mirando para otro lado...





jueves, 22 de febrero de 2018

Alumbramiento


No puedo asegurar con exactitud cuando ocurrió.  No apareció de manera súbita, se manifestó poco a poco, para mayor deleite.
En ocasiones el dique que nos separa de la verdad se rompe de golpe, penetrando salvaje, como una gran masa de agua embravecida, la claridad diáfana de la sabiduría que se lleva por delante todo materialismo intelectual que nos separa de la realidad cósmica; dejándonos como bebés renaciendo con gozo a una nueva vida iluminada por la espiritualidad.
Pero otras veces se va ensanchando como si fuese elástica esa materia que nos desune con el todo, hasta que, sin haber llegado a traspasarla en su totalidad, podemos ver al trasluz de lo que ya solo es una fina capa de prejuicios.
Este es el camino del aprendizaje; comenzar a poder ver y oír con los ojos y oídos del espíritu y, poco a poco, ir desprendiéndonos del antifaz y las orejeras que le hemos puesto mediante la incapacidad de nuestro pobre intelecto.
Hasta que llega el momento de la gran disolución; el dique (o el antifaz) desaparece por completo y la verdad suprema se adueña de nosotros como una madre que nos acoge en sus brazos para mostrarnos una nueva y verdadera dimensión de la vida.
Todas estas experiencias de aprendizaje espiritual ya las había sentido y gustaba de ejercitarlas; me sentía muy cercano al cambio de todos los cambios, al más trascendente que un ser humano puede apreciar y que solo un pequeño grupo de elegidos ha podido sentir y predicar, encontrando aquello que se mantiene oculto, en la historia de la humanidad. Solo faltaba un pequeño gesto, una pequeña chispa que condenase por completo mi ignorancia.
Recibí una visita que me puso, por fin, en contacto pleno con el creador omnisciente, esa dualidad que tan pronto puede ser materia, como energía y que rige todas las leyes del universo, insuflándonos de vida a todos.
Esta dualidad la pude sentir en cada una de mis células de un modo inefable que supera toda la pequeña y limitada capacidad intelectual para poder explicarla.
Se trataba de una curiosa y simpática criatura con pico de pato, que mastica los alimentos ayudándose, como las aves, de piedras que almacena en su boca para triturarlos; que vive en el agua como un anfibio; que pone huevos, pero no como los de ave, sino como los de réptil, y es, sin embargo, un mamífero.
Tuve contacto con él durante una de mis profundas meditaciones ascéticas en las que me integraba en ese todo que todo lo compone y del que todo y todos estamos compuestos totalmente.
Me dijo que a mi dualidad le faltaba una tercera integración; que, por esa causa, no llegaba a un conocimiento pleno de la verdad cósmica. Él era producto de esa tercera manifestación del ser supremo que yo no llegaba a percibir: el camello del creador; el que le suministraba poder creativo con sus espirituales sustancias. Fue durante un tremendo colocón del creador cuando el ornitorrinco fue diseñado con la pretensión de unificar todas las especies en una sola para conseguir la criatura definitiva que diese por concluida su siempre inacabada obra, tras varios fiascos.
De esta manera se conforma la trinidad que algunos visionarios ya han descrito: energía (padre), materia (hijo) y camello (espíritu santo).
Tras ofrecerme el animalillo esta gran revelación, se marchó moviendo gracioso su cola.
A partir de este momento, pude entrar en contacto con el único y verdadero iluminador de conciencias, esa parte de la trinidad que nos está vedada: el camello del creador, cuyo conocimiento supone el alumbramiento total a la completa experiencia mística.
Debo decir que las drogas que suministra este camello no funcionan alterando la química del organismo y produciendo efectos a veces nefastos, a veces felices o a veces, nada más, aliviando un dolor de cabeza o cortando una molesta diarrea.
Actúan de forma directa sobre nuestro espíritu, otorgándole la capacidad de romper cualquier cadena que le amarre al materialismo, banal y terreno, de nuestro corto entendimiento y condenándole al ostracismo en el interior de nuestro ser, ciego y sordo para siempre. Se trata de la suma liberación y de la comunión completa con la trinidad que rige el universo.
Siento una gran desolación por ver a la humanidad tan perdida y alejada de la gran verdad de la cosmovisión, al no encontrar la manera -vastos son los prejuicios- de conocer al gran camello del creador que es a la vez el creador mismo y su hijo materializado en la tierra. Pero a la vez mi corazón se llena de júbilo por constatar que todo sufrimiento solo es mera ilusión promovida por nuestra ignorante ceguera.
Cualquier cosa más que pudiese añadir solo sería tautológica mistificación de mi experiencia.
Con esta nota pongo fin a la tetralogía que comencé con “Persecución” y que ha supuesto para mí el don de la penetración en la verdad inconmensurable del creador y, más importante todavía que eso, poder entrar en el circuito de su tráfico de estupefacientes que a tanta gente mantiene como drogada rascando y masajeando su sistema límbico.



miércoles, 21 de febrero de 2018

El último grito creacionista


¡Hay que ver cuán pesada se puede poner la gente con el pensamiento intuitivo!
Hasta llegar a extremos que, a partir de un pensamiento de esta naturaleza, se empeñen con denuedo en elaborar variadas conjeturas, por disparatadas que puedan ser, que justifiquen su deseada intuición, atribuyéndoles a renglón seguido carácter demostrativo y, por tanto, científico.
Como los modernos creacionistas, que se han renovado lanzando un engendro que llaman “Teoría del Diseño Inteligente”, una seudociencia que, en EE. UU., los lobbies cristianos fundamentalistas y de ultraderecha, a través de una asociación creada a tal efecto en los 90, el Discovery Institute, pretenden equiparar a nivel académico con cualquier otra enseñanza de ciencias en los centros educativos.
Por suerte, la comunidad científica los desprecia, imposibilitando, al menos por el momento (que, tal y como están las cosas, con el creacionista ultraderechista Trump en el poder, nunca se sabe) que esto ocurra, salvo en algunos centros en los que ya desde tiempo ha, el darwinismo era excluido del currículum educativo por contradecir las escrituras.
Parten de la base (por pura intuición suya, sin más) de que la creación del universo y, sobre todo, de la vida, solo se puede concebir si hay una “entidad inteligente” que lo haya diseñado. Para evitar ser tachados de simple religión, evitan la palabra Dios; pero queda claro qué cosa es esa entidad, ¿no?... tampoco somos tan idiotas.
A partir de ahí, todos los elementos demostrados científicamente que contradicen su intuitiva afirmación son rebatidos por ellos con los más hilarantes, a veces, argumentos y llegando a extremos que lo único que demuestran es su obtuso empecinamiento por demostrar el creacionismo bíblico como sea.
Esto no es intuición. Ni pensamiento intuitivo. Esto es pensar lo que te sale de los cojones y llamarle intuición, como cuando a cualquiera nos “da la intuición” de que nos va a tocar el loto y hacemos una apuesta que, por la puñetera ley de probabilidades, nunca toca. No es intuición, es deseo de que nos toque una buena suma… deseo muy comprensible y que no estaría nada mal, por cierto.
Pues esto les pasa… Por mor del gusano de la religión que les devora el cerebro, desean demostrar que hay un creador como sea, aunque no acostumbre a hacer acto de presencia más que en esa delicada intuición, que les permite experimentar su cercanía, de la que hacen gala los creyentes. Esta intuición es una mezcla del deseo de que te toque el loto con una ligera enfermedad mental. Eso es obvio.
Pongo aquí una frase de lo más científica de uno de los biólogos más eminentes que defienden esto:
 "El DI es parte de la revelación general de Dios [...] No solo el diseño inteligente nos libra de esta ideología [materialismo], que ahoga el espíritu humano, sino también, en mi experiencia personal, he encontrado que abre el camino para que la gente venga a Cristo".
Ya vemos… muy científico…
La expresión “Teoría del diseño inteligente” es mentirosa en los tres vocablos que la componen.
-No es teoría; ni siquiera hipótesis.
Una teoría, para que lo sea, siempre debe estar sustentada en evidencias, aunque sean sólo teóricas. Si se demuestra empíricamente también, pasa a ser Ley.
Una hipótesis lo es cuando la idea formulada tiene visos de ser demostrada teóricamente, para pasar a ser teoría (caso contrario, se desecha) y empíricamente después, para pasar a ser Ley. Una teoría puede estar conformada por un conjunto de hipótesis que se han demostrado teóricamente.
De manera que solo es mera conjetura sin ningún valor científico, máxime cuando para intentar dar valor a esa loca idea, tienen que destrozar gran parte del conocimiento humano, en biología, paleontología, prehistoria, geología…. hasta dicen que las dataciones hechas por paleontólogos y geólogos con sofisticados sistemas radiométricos, dan resultados falsos… en fin, según ellos estamos engañados y el mundo no es tan antiguo y los humanos convivimos con los dinosaurios en la prehistoria, porque, claro, de no ser así, el diseñador inteligente utilizó estos nobles animales para entretenerse durante doscientos cuarenta millones de años, hasta que se aburrió y los extinguió para ponerse manos a la obra y realizar su creación definitiva… No puede ser que Dios sea tan gilipollas, de manera que nos engañan.
-Diseño… Vale… ¿Quién diseñó al diseñador?
-Inteligente. No sé si tanto. Si hubo tal diseñador y creó la religión y, con ella, todas las catástrofes humanas que ha producido y sigue produciendo, que voy a decir…ejem… muy lumbreras no es… el tal diseñador… además de estar basada en lo que se conoce como argumento de la ignorancia, esto es que la falta de evidencia para una postura constituye una veracidad para la otra postura. De este modo, la ausencia de explicación de algún aspecto de le evolución (por falta de registro fósil, normalmente) demuestra, a sus ojos, su pretendida teoría. Lo cual es un clamoroso engaño. 

Al final he sentido una revelación. Mi pensamiento intuitivo se ha desatado con gran clarividencia. Sí, existe un diseñador inteligente; pero no solo eso; existe también un camello que suministra psicotrópicos al diseñador. De otra manera no se entiende (y mi iluminación en cuanto a esto es rotunda) la creación del ornitorrinco.
Cuidado, debemos estar alerta. En Europa, y eso incluye a España, las iglesias evangélicas, sobre todo, están intentando dar gran difusión a esta teoría. Hasta van por las casas informando de esta nueva ciencia que da respuesta a todas nuestras dudas.
Así que con un gobierno del opus y una jefatura de estado ultracatólica…cuidado. A las pruebas me remito:




martes, 20 de febrero de 2018

Petulancia



A raíz de la publicación de mi nota “Persecución” recibí algunas críticas, algo encendidas y ofendidas algunas, acusándome de intolerante otras. Quiero contestar aquí a todas ellas, en especial a una, recibida por el canal privado, que me acusaba de petulante.
En ella me decía que me sentía superior a aquellos que son creyentes y que mi petulancia era ofensiva.
En primer lugar, anotar la confusión de este sujeto entre petulancia y soberbia. Si me sintiese superior, cosa que no es real, sería soberbio, no petulante. Pero aceptemos petulante. Más o menos es quien, muy convencido de sus ideas, desprecia las de los demás con insolencia, o descaro y, por supuesto, con ridícula vanidosa presunción.
Es hora de que explique, en ese caso, mi petulancia.
Lo único que mantengo, sin, creo, actitud petulante, ni mucho menos soberbia, es que las cosas deben ocupar su lugar.
Es por esto que los asuntos relativos a la Biblia, y demás confesiones que parten del mismo tronco común, deberían quedar en el lugar que les corresponde: libros de historia y antropología.
Es cierto que, cuando no teníamos demasiados conocimientos que explicasen aquello que no podíamos entender, estos textos daban una explicación y que, como habían sido dictados por el mismísimo Dios, no se cuestionaba su contenido. Tiempos oscuros en los que la humanidad se estancó durante siglos.
Cierto es también que la idea de estar gobernados por un ser sobrenatural, que además nos había creado y que nos castigaba o nos daba bendiciones, según fuésemos acordes a sus designios expresados en el libro, así como de la idea de una fuerza maligna, de signo contrario, que nos arrastraba al pecado y a separarnos del camino recto, digo, ambas ideas, formaban parte de la cosmogonía del pensamiento colectivo en aquellos tiempos.
Cierto es también que, en aquellos tiempos tan oscuros, quien se apartase de estas creencias era excluido socialmente, torturado y sometido a escarnio público o, finalmente quemado en una hoguera, según fuese la gravedad de su herejía.
Ciertas son estas cosas, como también lo es que en los tiempos que corren, en los que esa aberración debería ser descartada y expulsada de la cultura humana por obsoleta, sigan siendo personas y sectas afines a estos pensamientos religiosos, de las tres culturas monoteístas y sus diferentes sectas quienes ostentan gran parte, si no todo, del poder económico y político.
¿Alguien se puede imaginar que hoy en día se sacrificasen animales y humanos a dioses para tener buenas cosechas garantizadas? No, es aberrante; sin embargo, durante milenios, así pensaron y actuaron los humanos.
O que pensásemos que si sobreviene una pandemia es un castigo de Dios por apartarnos de su camino. Eso pensaban en las crisis de peste que asolaron el medievo. Y por ese motivo se reunía la gente en iglesias a rezar con arrepentimiento, con lo que la epidemia se propagaba más y mejor. El colmo de la estupidez, pero en aquellos tiempos puede entenderse que así actuasen las personas. Hoy en día, no.
Estos dos pequeños ejemplos ya han pasado a los libros de historia, por fortuna.
Ya es hora de que otro tipo de creencias antiguas que hoy en día son estúpidas y cuya mentirosa explicación queda desmentida de manera irrefutable, ocupen también el lugar que deben.
Lo digo sin petulancia… simplemente el hombre no nació de un pedazo de barro; la tierra no tiene trescientos mil años; la tierra no es plana; tampoco es el centro del universo; no existe el cielo ni el infierno; sin noticias del diablo ni de Dios; la santísima trinidad es un galimatías incoherente; los dogmas son para gente sin pensamiento…etc., etc., etc.
Será imposible, como ocurrió en el medievo, si no eliminamos esta lacra, que podamos avanzar hacia un mundo mejor, o, cuanto menos, no tan idiota.
Curiosamente, me encontré esta noticia hoy. Parece que los acontecimientos siguen la estela marcada:

GRUPOS DE PRESIÓNLos nuevos 'lobbies' ultraconservadores españoles: cuáles son y cómo actúan


En la última década, los grupos antiderechos y fundamentalistas religiosos han saltado a la arena internacional y, aunque su número no ha crecido exponencialmente, han conseguido mayor impacto, coordinación, recursos y apoyos.



domingo, 18 de febrero de 2018

Superoferta


ATENCIÓN
GRAN PROMOCIÓN.
SOLO EN WINDOWS STORE Y TIENDAS AMAZON
Nuevo sistema operativo Windows Apocalypto.

Desde Microsoft Corporation, viendo la gran demanda social expresada multitudinariamente en redes sociales, por la llegada de un Armagedón, tras el fiasco que supuso hace seis años la profecía Maya, siempre manteniendo nuestro compromiso por satisfacer los deseos de la humanidad, tan bien  interconectada, y hacer su vida más fácil, queriendo brindar los deseos que nuestros logaritmos nos revelan como preponderantes, hemos decidido, tras años de trabajo, lanzar al mercado este nuevo sistema operativo.
Usted no tiene que hacer nada; solo usarlo como cualquier otro que utilice en la actualidad, recibiendo las mismas prestaciones.
Nuestro equipo de diseño software ha creado una app que, según su sensibilidad, criterios, gustos, afinidades, amistades; en definitiva, según quién usted sea, elegirá de manera automática el tipo de apocalipsis que se adecúa más a su persona. Aquel tipo de hecatombe que resulte más deseada (los valores democráticos son constante insoslayable en nuestra corporación, aunque usted no se entere de lo que vota) se iniciará a partir de enero de 2020. Se desatará sin previo aviso; vaya, ¡como si fuese natural!
La gama de desastres es muy extensa. Podemos destacar los siguientes, que pensamos pueden ser los más deseados:
-Infección bacteriana con colofón apocalipsis zombi. (Anunciado en tv)
-Fritonga generalizada por tormenta solar de magnitud desconocida hasta la fecha.
-Meteorito gigante. Para no ser menos que los dinosaurios que tras doscientoscuarenta millones de años sobre el planeta, frente a los solo trescientos mil años que estamos nosotros, se fueron, probablemente, así…
-Megavolcán gigante, con posterior lluvia de cenizas que nubla el sol, de manera que quienes se salven del suceso inicial, morirán congelados.
-La tierra deja de girar de golpe, en seco. Todos salimos despedidos a gran velocidad, allende la atmósfera y nos quedamos ingrávidos dando vueltas por el espacio asfixiándonos como gilipollas. Incorporaremos holograma 3D del careto de Cristo diciendo: "Bienaventurados los gilipollas que dan vueltas ingrávidos", o cualquier otra frase en esa línea.
-Guerra nuclear. Dejaremos descansar a Kim Jong Un. Nuestro equipo de informáticos trabaja sobre si será Luxemburgo, Liechtenstein (de cuya existencia aún se duda) o Andorra quien iniciará este conflicto de anunciado final.
-La tierra invierte sus polos magnéticos y, antes de que la magnetosfera se debilite y quedemos fritos por radiación, todos nos mareamos y andamos como pollos sin cabeza estrellándonos contra los escaparates y muriendo por politraumatismos.
-La tierra es, finalmente, plana… No somos más que ilusión que se desvanece. Nuestro equipo de software diseñó este final para los más poéticos.
Estos son los más relevantes. También los hay de corte más vicioso, para quienes dicen querer morir follando, pero están censurados, si bien, como está el patio, no dudamos que sean finalmente los ganadores.
En próximas actualizaciones intentaremos diseñar apocalipsis individualizados con gafas de Virtual Reality incluidas en el pack adquirido.
Aún así, como en 2020, siempre fieles en la máxima atención y servicio a nuestros clientes y al progreso de la especie, aplicaremos Windows Apocalypto, puede ser que no lleguemos a disfrutar de esta innovación.
Saludos cordiales.
Bill Gates.


sábado, 17 de febrero de 2018

Persecución


No sé por qué será, pero, en numerosas ocasiones en los últimos tiempos, surgen, en mi día a día, concatenaciones de acontecimientos de manera que guardan una sucesión coherente; como si un hecho trajese al azar otros a continuación que siguen su estela.
Ayer por la noche tuve una conversación, tras haber comentado un post de una amiga que destilaba cierta moralina antiabortista, con un grupo de militantes pro-vida. Nada demasiado especial, salvo que la cosa no acabó del todo bien.
Sobre los argumentos de estos sujetos y sujetas planeaban, como una sombra que suplantase el entendimiento, sus convicciones cristianas.
Al irme a dormir, quizá por que el hecho de haber subido algo de tono en el muro feisbuquiano de mi amiga, de algún modo, condenó mi conciencia, la cuestión de la fe se introdujo en mi sueño y arruinó mi anterior y posterior vigilia.
Me levanté molesto por haber pasado tan malos ratos y sonó el timbre de la puerta.
Era una pareja madura y muy aseada que, con extrema educación y una sonrisa fraternal y gratuita, me intentaban regalar folletos bíblicos y me hostigaban con un proselitismo nada gracioso para mí, con los inmediatos antecedentes que había sufrido.
Con educación les despedí: “No tengo tiempo ahora. Soy ateo…” etc.
Parecía que estas cuestiones no iban a abandonarme hoy, y así fue; traían más cola.
Me acerqué a un supermercado algo alejado, pero que sabía abierto en sábado por la mañana y no pertenece a ninguna macrocadena de las que intento evitar. Me gusta ir a tiendas propiedad de pequeños comerciantes por una cuestión de salvaguarda de la humanidad.
De nuevo el carnicero estaba liado con "La máquina de picar carne". Léase, si se quiere, mi nota así titulada, para más información.
Y… ¿de qué hablaban sus feligreses esta vez? Pues sí, de que habría que legislar contra el aborto, que si es un asesinato y tal… Y, de nuevo, alusiones al cristianismo y al no matarás que, como parece indicar la historia narrada en mi anterior nota “La máquina de picar carne”, parece funcionar de manera absolutamente arbitraria. El mandamiento ése, me refiero.
Demasiada presión esta vez; demasiadas veces en poco tiempo persiguiéndome esta cuestión como para que me quedase callado, como suele ser habitual en mí.
Tras ofrecer un breve argumentario que decía que, si un aborto es asesinato, también lo es el DIU y la píldora del día después, ya que en ambos casos la mujer expulsa un óvulo ya fecundado, exploté. Fue como un desahogo delirante en contra de la religión; algo así:
La religión es un gusano que corrompe el entendimiento. Hace que, quienes se encuentran por esta plaga contaminados, piensen y digan las más soberanas estupideces para defender las palabras escritas en un libro a todas luces caduco, cuyas tesis se encuentran desmentidas por el conocimiento de manera irrefutable. A pesar de ese desmentido, siguen los creyentes formulando las más estrambóticas (a veces ingeniosas, todo sea dicho) conjeturas para seguir intentando demostrar desde el creacionismo al terraplanismo; desde la convivencia de dinosaurios con humanos hasta la edad irrisoria que la biblia atribuye al planeta; desde el geocentrismo a la existencia de un ser sobrenatural que vela (y nos castiga si no le gusta nuestro rollo) por nosotros… y un largo etc. Todas las investigaciones que desmienten estas aseveraciones, que fueron en la antigüedad y por desgracia, paradigma de la explicación del mundo que nos rodea, desde la paleontología a la antropología; desde la astrofísica a la geología; desde la física nuclear a las fotografías del Hubble… son conspiraciones para apartarnos, según estos recalcitrantes enjambres de creyentes, ya sean terraplanistas, creacionistas, geocentristas o seguidores de la santísima trinidad, ¡para apartarnos de la senda recta del señor!
Hice una pausa muy breve, nadie reaccionó, así que mi lengua continuó desatada con locuaz rapidez:
¿Se puede ser tan estúpido en estos tiempos que corren? ¡Pues sí, se puede! Y los hay a montones, y lo peor: ostentan grandes cotas de poder. Así es: montón de escoria creyente, desde Bush a Trump; desde Aznar y las FAES a los supremacistas blancos; el Opus Dei, secta fundamentalista y convencida creacionista, copando el poder económico y político; y todos estos contubernios y muchos más de este corte, promoviendo guerras por religión contra los infieles para quedarse de paso con sus valiosos recursos naturales. Deprime, pero parece que estemos todavía en la oscura edad media, solo que las armas para destruir son infinitamente más poderosas…
Aquí se me cortó el rollo. Después de haberme escuchado con cara atónita dada la rapidez y profusión de mis palabras, algo inflamadas, hay que decirlo, los allí congregados comenzaron a despotricar, algo a contrapié, como si les hubiese pillado por sorpresa. Ofrecían la imagen de un enjambre de abejas cuya colmena hubiese sido amenazada.
Me marché sin comprar nada. Suerte que a ese comercio no voy demasiado.
Al menos, hasta el momento de escribir esta nota, tras mi catarsis explosiva, parece haberse detenido la concatenación de sucesos relacionados con este tema que desde anoche me andaba molestando con profundidad…





jueves, 15 de febrero de 2018

Rinitis


Caminaba por la vía pública rumiando pensamientos relativos a diferentes procesos domésticos de carácter logístico, intentando dar un orden de prioridad a aquellos asuntos de los que debía ocuparme, pues iba bastante mal de tiempo. Me aventuraba, sin quererlo, en divagaciones, digresiones y especulaciones nacidas de cada una de las cuestiones que pretendía organizar, sosteniendo en mi mano un descongestionador nasal que acababa de adquirir en la farmacia. Por este motivo se introducían los pensamientos acerca de la pesada rinitis que me afectaba desde mucho tiempo atrás en todo el organigrama que pretendía confeccionar y esquematizar, quedando todo en un maremágnum de atascado moco que me incitaba a la inacción.
Una mujer detuvo mi marcha para preguntarme si sabía dónde estaba la oficina de correos del pueblo.
Me detuve y repetí para mis adentros, como saliendo de un trance en el que el mantra que lo indujo todavía reproduce su letanía: “No aplicar más de dos veces al día y no más de cuatro días consecutivos”, advertencia que me había enfatizado la farmacéutica como si me fuese la nariz -o quizá algo más grave- en ello.
Pero lo que pensé que se había reproducido en mis adentros, debió salir de mis labios, aunque solo fuese como un leve susurro, a juzgar por la expresión que marcó el rostro de la mujer; la cara que se pone cuando piensas que te topaste con el loco del pueblo.
Hice involuntario ademán de salir de mi mundo interior. El rostro de la mujer cambió. Parecía decir que se había tropezado con un ensoñado, alguien distraído, quizá artista, soñador… nada que ver con lo prosaico de mi mundo interior, perdido entre pagos de facturas, compras, trámites burocráticos inexcusables y cosas de ese tipo, todas ellas amasadas en un mortero con desatascador nasal y rinitis aguda.
Dije a la buena señora, preguntándole, como estrategia de claro disimulo, fingiendo no haber escuchado: “¿Perdón…?”
Antes de que ella me pudiese repetir la pregunta, unos cuatro o cinco metros delante de mí, en la dirección que yo andaba, se estrelló contra la acera, emitiendo un sonido breve y seco como de cráneo roto y dibujando a su alrededor una pequeña nube de polvo, una jardinera, un tiesto rectangular de considerables dimensiones.
Miré hacia arriba buscando el balcón desde el cual, el presunto asesino me lanzó su arma arrojadiza, sin tener en cuenta que, en el momento que la soltaba de sus manos, la mujer me detendría, frustrando su plan al no llegar a cruzarse nuestras trayectorias; fatídico encuentro que habría supuesto, como mínimo, la ruina de mi sombrero de fieltro, que habría quedado muy deteriorado y manchado en su interior de pegajosos sesos triturados.
No vi a nadie, ni la cola de ningún diablo escabulléndose de un balcón a otro. En un balcón de una vivienda deshabitada faltaba una de las jardineras que adornaban, vacías, la parte exterior de la baranda.
Está claro, pensé, el temporal de viento que nos sacudió días atrás debió afectar de algún modo la sujeción y buena estabilidad del rectangular recipiente de cemento pretensado, cayendo en este momento… Dije pensando en voz alta: “A veces la música del azar interpreta melodías alegres; tristes en otras ocasiones; o solo nos brinda una advertencia. Permítame que le diga a usted que, hace escasos segundos, gracias a su intervención, la partitura que habría musicado mi réquiem se quedó solo en un himno a la alegría para festejar la vida.
La mujer, que, estando de espaldas y no habiendo reparado en el sonido del tiesto al caer, se mantuvo ajena al suceso, se llevó el índice a la sien, girándolo y siguió su camino pasando de mí por completo. Preguntó a otro transeúnte por la dichosa (y tanto) oficina de correos.
Quedé mirando como se alejaba, menuda, algo desaliñada y con pasos rápidos y cortos, casi saltando como andan las palomas. Por ninguna costura de su chaqueta se intuía que estuviesen plegadas sus alas de ángel brotando de sus omóplatos.     

lunes, 12 de febrero de 2018

Excesos


De buena mañana me desperté con la sensación de haber recibido un golpe en la frente. Justo cuando estaba soñando que llegaba a una paradisíaca isla en la que iba a instalarme durante mucho tiempo, alejado de toda rutina, preocupación y tarea, en compañía de mi amada compañera. Como decía, un fuerte golpe en la cabeza me devolvió a la realidad.
Fue el despertador que saltó sobre mí para decirme que debía levantarme. Al mismo tiempo que abría un ojo con soberana frustración por alejarme del paraíso, pude ver, por el rabillo de éste, como el reloj volvía a su lugar habitual en la mesilla de noche. Este era, sin duda, el final del sueño; así había vuelto a la realidad, pensé. Sin embargo, todavía sentía en mi frente el eco de haber sido golpeado.
Me levanté. Nada que reseñar hasta el momento que encendí la tostadora e introduje dos rebanadas de pan de molde en la ranura.
Al cabo de pocos minutos, fueron eyectadas con tal virulencia que se estrellaron contra el techo. Como además se habían quemado -había presumido su carbonización al percibir cierto olor a chamusquina mientras preparaba el café, sin que me diese tiempo a reaccionar- al golpearse se quebraron en pedazos; una lluvia de carboncillos de pan.
Cogí la escoba y barrí el desaguisado producido en el suelo. En ello estaba cuando la cafetera explotó. Se habrá taponado o atorado la válvula de seguridad y, como la llené demasiado de café muy apretado, habrá cogido demasiada presión y reventado por ello, pensé esta vez…
Por suerte me pilló la explosión alejado de la hornilla, evitándose, por este azar -segundos antes estaba barriendo frente a ella-, lesiones y que algo de mi piel se escaldara.
Ante tanta anomalía decidí irme a desayunar al bar y limpiar a la vuelta este nuevo estropicio, ya con mejor humor y salido del ayuno.
Me vestí, pues todavía andaba en pijama y pantuflas.
Al vestirme con un suéter de lana cierta presión me atenazaba bajo la nuez, como si el cuello de cisne del jersey me apretara demasiado, se contraía y dilataba levemente, esa era mi impresión, haciendo que sintiese, por momentos, el pulso en la yugular. Esta desagradable sensación fue breve. La lana que se encoje tras el lavado. Era evidente.
Calé en mis pies mis mejores botas de invierno. Éste estaba resultando de lo más frío. Unas botas de sólido cuero que se anudaban con gruesos cordones por encima del tobillo.
Volví a la cocina para tomar un vaso de agua antes de salir a desayunar para después limpiar la cocina que estaba hecha un asco.
Frente al fregadero, con mi vaso de agua en la mano, escuché un leve ruido, como de movimientos en el interior de la nevera. Quise acerarme a ella para ver de qué se trataba, pero mis botas de gruesa y rígida suela se habían adherido al piso. No podía mover los pies a pesar de realizar grandes esfuerzos intentándolo; tan solo pude girar mi tronco para poder observar la nevera que quedaba a mis espaldas sin llegar a comprender en absoluto qué estaba pasando.
Con una torsión total de mis caderas vi, estupefacto, que la nevera se abría. En ese mismo instante, quedando todavía más atónito, la campana del microondas comenzó a sonar sin pausa. Giré el cuerpo en la dirección en la que se encontraba este aparato, viendo que también su puerta se abrió. Del frigorífico salió la docena de huevos que tenía guardados y marcharon, rodando con cuidado, en dirección al microondas, trepando después, deslizándose sin que la fuerza de la gravedad les afectase, por la superficie del mueble de cocina, hasta introducirse en él. La puerta de ambos electrodomésticos, nevera y microondas, se cerró con estrépito y el horno entró en funcionamiento a la máxima potencia.
No entendía nada. Mis pies seguían clavados al piso y el vaso de agua se deslizó entre mis dedos cayendo al suelo y estallando. Me agaché, con un sudor frío recorriendo mi espina dorsal, para intentar sacar los pies de las botas desanudándolas. Los cordones eran como gruesos alambres de acero imposibles de manipular. Al tiempo que intentaba retorcer el acero de los cordones sin éxito, comenzaba a asfixiarme el cuello de cisne de mi suéter; me estrangulaba, por lo que abandoné mi actividad de intentar liberarme de las botas y me concentré en tirar con mis manos del cuello del jersey para evitar la opresión.
En este aturdido estado me encontraba cuando el microondas explotó, abriéndose su puerta con violencia y proyectando un mejunje de huevo por toda la estancia, salpicándome de manera repugnante y dejando toda superficie en derredor mía igual de asquerosamente salpicada. Los armarios donde vasos y vajilla se hallaban guardados también se abrieron y comenzaron a escupir su contenido.
Esquivaba los proyectiles, vasos y platos, sin poder mover los pies. Un tazón impactó en mi pecho dejándome muy dolorido. Mientras esquivaba la vajilla, un pollo, que guardaba entero en la nevera, salió de ésta y se fue caminando insolente en dirección al microondas. Se metió dentro de un salto y la máquina comenzó de nuevo a funcionar.
Toda la vajilla se encontraba en el suelo reducida a escombros. Pude descansar de esquivar los proyectiles, pero el cuello del suéter comenzó a cerrar sus garras sobre mi gaznate de nuevo. El lavaplatos se puso en marcha y una ingente cantidad de agua salía tras la puerta entreabierta. Parecía que la cocina fuese a inundarse en poco tiempo. Sin darme tregua mis pies comenzaron a caminar. No era yo quien los dirigía, sino mis botas. Se marchaban con mis pies dentro y toda mi persona sobre ellos. Si intentaba no seguir sus pasos, caía al suelo, debido a que las botas, con gran fortaleza, seguían su camino. Me veía entre un fango de huevo, vidrios, café, pan carbonizado y agua al que se unió el pollo, que también fue escupido por el microondas tras volver a explotar; un revoltijo de pellejos, carne, huesos y sangre medio cuajada.
No tuve más remedio que seguir los pasos que marcaban las botas. Todo intento de oposición resultaba infructuoso y desagradable; el cuello de mi jersey comenzaba a sofocarme de modo porfiado si me resistía… además.
Atravesé el salón en dirección a la puerta de mi casa. Parecía estar tranquila esta habitación. La televisión se encendió y el equipo de sonido surround del home cinema también. En la pantalla de plasma de última generación un hombre sonriente me ofrecía un plan de pensiones. Por el equipo de sonido su voz sonaba atronadora. Hablaba de todos los regalos que me harían si contrataba ese producto financiero. Mis botas se detuvieron frente a la enorme pantalla, y yo, inevitable y sumisamente, con ellas. El hombre sonriente desapareció de la escena y la imagen de una playa paradisiaca ocupó su lugar. Atronaba una banda de reggae incitando al disfrute caribeño en el que solazarse con desenfreno. Escuché, lejano, pero acercándose, el sonido inconfundible de la aspiradora. Se colocó delante de mí y comenzó a oscilar su anillado tubo como si fuese una cobra ante un encantador de serpientes. Pensaba que ya todo terminaba y que la aspiradora daría dos vueltas con su tubo sobre mi cuerpo, como una auténtica boa constrictor anulando su presa. Pero no fue así. Mis botas volvieron a caminar.
Salí de la casa y fui conducido por ellas hasta mi automóvil. La portezuela se abrió y fui obligado a meterme dentro.
El motor rugió sin necesidad de darle al contacto. Mi bota izquierda pisó el embrague y de manera automática entró la primera velocidad.
Un increíble juego de mis botas y el cambio de marchas que funcionaba solo, hicieron que cruzase la ciudad a gran velocidad. Sujetaba con las manos el volante, pero era el carro el que manejaba de manera automática con precisión, sin infundirme ningún temor a colisionar.
Intentaba de manera infructuosa, accionar la palanca del cambio hacia el neutro. Se mantenía inamovible en la sexta velocidad, circulando ya por una autovía. Mi cuerpo se encontraba adherido al asiento, con el cinto de seguridad oprimiéndome fuertemente el pecho. Apenas me podía mover.
Algunos autos, más potentes que el mío, me adelantaban. Podía ver las caras desencajadas de sus ocupantes y sus muecas aterrorizadas.
En mi caso, estaba disfrutando del viaje. Pensaba: “Verás, ahora me despertaré en la playa con mi chica y este cuento terminará de una forma trillada y tópica: estoy en la playa paradisiaca, feliz, amodorrado en la tumbona soñando con la dura realidad de mi casa, levantándome para realizar las actividades cotidianas que me dan sustento. Habré tenido un sueño que flipas y eso es todo…” Así que me mantenía tranquilo, disfrutando.
Por el estéreo del coche comenzó a sonar Help, de los Beatles.
Help!!! I need somebody
Help!!! Not just anybody
Help!!! You know i need someone
Heeeeeelp!!!!!
Sonaba fuerte el volumen y comenzaba a divertirme de lo lindo.
El automóvil redujo la velocidad y tomó una salida de la autovía. Muchos coches delante de mí también la tomaban y vi por el retrovisor que quienes venían detrás tabién lo hacían.
Los vehículos que circulaban en sentido contrario se incorporaban, desde su lado, al mismo itinerario.
Se formó una procesión de autos circulando lentos por una carretera secundaria… estruendo de cláxones desesperados sonando. En mi estéreo seguían cantando Help los Beatles en modo repeat.
Abandonamos la carretera secundaria para entrar en una pista forestal. Conocía el lugar; esto no pintaba nada bien: la pista terminaba en un precipicio; algo parecido al final de la película Thelma y Louise.
Momentos antes de precipitarme al vacío, en el interior de mi coche, adherido al asiento, oprimido por el cinturón de seguridad, y sin poder mover el pie dentro de la bota del acelerador comencé a inquietarme, pues no me despertaba en la playa gozando… Suspiré, pensando si esto es lo que el tener puede ofrecer al ser cuando se tiene más que se es. Veía como otros carros caían alrededor mío, como una lluvia de chatarras inútiles, y escuchaba el estruendo de las carrocerías impactando contra las rocas.
Solo podía pensar que jamás habría imaginado que éste sería el apocalíptico final de la humanidad.