Rebuscando
entre la liada madeja de emociones anudadas que llamamos alma; o entre las
intrincadas conexiones neuronales que llamamos experiencia, aunque no siempre
se tenga claro que efectos -a modo de secuela amarga o dulce- nos haya podido
dejar cada una de ellas; o entre los recuerdos que son invenciones o las
imaginaciones que son recuerdos, o los recuerdos que nunca fueron del todo así,
solo me queda la certeza de la duda; de vivir esa locura ganada a pulso que se
sitúa en posición frontal a la cordura oficial que justifica, vive y alimenta el más deleznable desvarío.
Veo
ante mí, como una representación, al mito del rey Eresictón. Una representación
más; el de Sísifo también anda entre mis favoritos.
Eresictón
fue condenado por Deméter, diosa de la tierra y sus frutos, tras haber
destruido el árbol sagrado que era su santuario para techar una sala de banquetes
en su palacio, a sufrir un hambre atroz de manera permanente.
Tras
haber vendido todo, incluso a su hija varias veces, para poder comer y tragar
sin fin, y quedar arruinado, terminó por devorarse a sí mismo para acabar con
tanto sufrimiento.
Sólo
así pudo descansar y quedar su apetito saciado de un modo real.
Solo
así se saciará el apetito de quienes sustituyen de este modo la escasez de
alimento para nutrir esa madeja de emociones liadas y anudadas que llamamos…
Me ha gustado el encontrarte y leerte
ResponderEliminarTu filosofía de letras me ha intrigado
te dejo un abrazo desde mi lugar en Miami
Gracias por haber compartido