jueves, 1 de febrero de 2018

Conversación sin palabras


Delante de mí, en el autobús, estaba sentada una joven pareja que se pasaban de uno a otra una pequeña niña, que no llegaría a tener dos años y mascaba, intranquila y nerviosa, un chupete. Llevaba la pequeña su escaso pelo recogido en dos ridículas coletas y vestía llamativa ropa de Disney.
En un momento dado, mientras se disputaba el partido de tenis en el que ella era pelota, se aquietó.
Fue porque se quedó mirándome por encima del hombro de su padre, tal vez atraída por el sombrero negro de fieltro que lucía encajado en mi cabeza. Dejó de mascar el chupete, relajó su boca y me miró con profundidad a los ojos, con ternura. Los ojos del Mickey Mouse que, jalonado de brillantinas, adornaban su pecho, me miraban burlones.
Los padres comenzaron a discutir entre ellos de sus cosas haciendo continuas referencias a terceros, con tono que se airaba por momentos, nada amoroso; de manera altisonante y malhablada.
La niña volvió a intensificar el uso de su chupete inquietándose de nuevo. Su progenitor giró la cabeza, de lustroso pelo repeinado con mucha gomina, hacia la ventanilla con hastío y expresión hosca y la madre comenzó a hacerle carantoñas y a pronunciar una profusión de zalamerías con tono infantil mientras le pellizcaba con suavidad la barbilla. Le mostraba caras que variaban entre un simpático payaso y una marioneta del muñeco diabólico en curiosa conjunción. Le dijo: “Sabes que la mama te quiere mucho”. “¿Sabes cuánto te quiere la mama?”. La criatura negaba con la cabeza mostrando un rostro vacuo que no dejaba de mascar el chupete con ímpetu. El padre continuaba ignorando a sus acompañantes, parecía muy enojado. “Pero tú sabes que mama te quiere mucho”, reiteró la mujer con iguales gestos, carantoñas y tono de voz. Su hija seguía negando con el movimiento de su cabeza. “Pues entonces me callo y no digo na”, apostilló su madre, mutando su rostro y su voz hacia la tristeza. La niña asintió.
Sentí un flechazo de admiración hacia esta casi bebé. Me quité el sombrero de forma literal. La niña sonrió mirándome de nuevo.
Se apeó esta familia en una parada anterior a la mía. Les esperaba una mujer con innegable parecido a la madre, más entrada en años. Cuando descendieron observé, a través de la ventanilla del bus, como la niña era obsequiada por parte de su abuela, con una nueva tanda de diversos arrumacos, carantoñas y zalamerías, diversificando por todo su pequeño cuerpo, el lote de pellizcos.

Ella seguía negando…

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