martes, 20 de febrero de 2018

Petulancia



A raíz de la publicación de mi nota “Persecución” recibí algunas críticas, algo encendidas y ofendidas algunas, acusándome de intolerante otras. Quiero contestar aquí a todas ellas, en especial a una, recibida por el canal privado, que me acusaba de petulante.
En ella me decía que me sentía superior a aquellos que son creyentes y que mi petulancia era ofensiva.
En primer lugar, anotar la confusión de este sujeto entre petulancia y soberbia. Si me sintiese superior, cosa que no es real, sería soberbio, no petulante. Pero aceptemos petulante. Más o menos es quien, muy convencido de sus ideas, desprecia las de los demás con insolencia, o descaro y, por supuesto, con ridícula vanidosa presunción.
Es hora de que explique, en ese caso, mi petulancia.
Lo único que mantengo, sin, creo, actitud petulante, ni mucho menos soberbia, es que las cosas deben ocupar su lugar.
Es por esto que los asuntos relativos a la Biblia, y demás confesiones que parten del mismo tronco común, deberían quedar en el lugar que les corresponde: libros de historia y antropología.
Es cierto que, cuando no teníamos demasiados conocimientos que explicasen aquello que no podíamos entender, estos textos daban una explicación y que, como habían sido dictados por el mismísimo Dios, no se cuestionaba su contenido. Tiempos oscuros en los que la humanidad se estancó durante siglos.
Cierto es también que la idea de estar gobernados por un ser sobrenatural, que además nos había creado y que nos castigaba o nos daba bendiciones, según fuésemos acordes a sus designios expresados en el libro, así como de la idea de una fuerza maligna, de signo contrario, que nos arrastraba al pecado y a separarnos del camino recto, digo, ambas ideas, formaban parte de la cosmogonía del pensamiento colectivo en aquellos tiempos.
Cierto es también que, en aquellos tiempos tan oscuros, quien se apartase de estas creencias era excluido socialmente, torturado y sometido a escarnio público o, finalmente quemado en una hoguera, según fuese la gravedad de su herejía.
Ciertas son estas cosas, como también lo es que en los tiempos que corren, en los que esa aberración debería ser descartada y expulsada de la cultura humana por obsoleta, sigan siendo personas y sectas afines a estos pensamientos religiosos, de las tres culturas monoteístas y sus diferentes sectas quienes ostentan gran parte, si no todo, del poder económico y político.
¿Alguien se puede imaginar que hoy en día se sacrificasen animales y humanos a dioses para tener buenas cosechas garantizadas? No, es aberrante; sin embargo, durante milenios, así pensaron y actuaron los humanos.
O que pensásemos que si sobreviene una pandemia es un castigo de Dios por apartarnos de su camino. Eso pensaban en las crisis de peste que asolaron el medievo. Y por ese motivo se reunía la gente en iglesias a rezar con arrepentimiento, con lo que la epidemia se propagaba más y mejor. El colmo de la estupidez, pero en aquellos tiempos puede entenderse que así actuasen las personas. Hoy en día, no.
Estos dos pequeños ejemplos ya han pasado a los libros de historia, por fortuna.
Ya es hora de que otro tipo de creencias antiguas que hoy en día son estúpidas y cuya mentirosa explicación queda desmentida de manera irrefutable, ocupen también el lugar que deben.
Lo digo sin petulancia… simplemente el hombre no nació de un pedazo de barro; la tierra no tiene trescientos mil años; la tierra no es plana; tampoco es el centro del universo; no existe el cielo ni el infierno; sin noticias del diablo ni de Dios; la santísima trinidad es un galimatías incoherente; los dogmas son para gente sin pensamiento…etc., etc., etc.
Será imposible, como ocurrió en el medievo, si no eliminamos esta lacra, que podamos avanzar hacia un mundo mejor, o, cuanto menos, no tan idiota.
Curiosamente, me encontré esta noticia hoy. Parece que los acontecimientos siguen la estela marcada:

GRUPOS DE PRESIÓNLos nuevos 'lobbies' ultraconservadores españoles: cuáles son y cómo actúan


En la última década, los grupos antiderechos y fundamentalistas religiosos han saltado a la arena internacional y, aunque su número no ha crecido exponencialmente, han conseguido mayor impacto, coordinación, recursos y apoyos.



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