No
puedo asegurar con exactitud cuando ocurrió. No apareció de manera súbita, se manifestó
poco a poco, para mayor deleite.
En
ocasiones el dique que nos separa de la verdad se rompe de golpe, penetrando
salvaje, como una gran masa de agua embravecida, la claridad diáfana de la
sabiduría que se lleva por delante todo materialismo intelectual que nos separa
de la realidad cósmica; dejándonos como bebés renaciendo con gozo a una nueva
vida iluminada por la espiritualidad.
Pero
otras veces se va ensanchando como si fuese elástica esa materia que nos desune
con el todo, hasta que, sin haber llegado a traspasarla en su totalidad,
podemos ver al trasluz de lo que ya solo es una fina capa de prejuicios.
Este
es el camino del aprendizaje; comenzar a poder ver y oír con los ojos y oídos
del espíritu y, poco a poco, ir desprendiéndonos del antifaz y las orejeras que
le hemos puesto mediante la incapacidad de nuestro pobre intelecto.
Hasta
que llega el momento de la gran disolución; el dique (o el antifaz) desaparece
por completo y la verdad suprema se adueña de nosotros como una madre que nos
acoge en sus brazos para mostrarnos una nueva y verdadera dimensión de la vida.
Todas
estas experiencias de aprendizaje espiritual ya las había sentido y gustaba de
ejercitarlas; me sentía muy cercano al cambio de todos los cambios, al más
trascendente que un ser humano puede apreciar y que solo un pequeño grupo de
elegidos ha podido sentir y predicar, encontrando aquello que se mantiene oculto, en
la historia de la humanidad. Solo faltaba un pequeño gesto, una pequeña chispa
que condenase por completo mi ignorancia.
Recibí
una visita que me puso, por fin, en contacto pleno con el creador omnisciente,
esa dualidad que tan pronto puede ser materia, como energía y que rige todas
las leyes del universo, insuflándonos de vida a todos.
Esta
dualidad la pude sentir en cada una de mis células de un modo inefable que
supera toda la pequeña y limitada capacidad intelectual para poder explicarla.
Se
trataba de una curiosa y simpática criatura con pico de pato, que mastica los
alimentos ayudándose, como las aves, de piedras que almacena en su boca para
triturarlos; que vive en el agua como un anfibio; que pone huevos, pero no como
los de ave, sino como los de réptil, y es, sin embargo, un mamífero.
Tuve
contacto con él durante una de mis profundas meditaciones ascéticas en las que me
integraba en ese todo que todo lo compone y del que todo y todos estamos
compuestos totalmente.
Me
dijo que a mi dualidad le faltaba una tercera integración; que, por esa causa,
no llegaba a un conocimiento pleno de la verdad cósmica. Él era producto de esa
tercera manifestación del ser supremo que yo no llegaba a percibir: el camello
del creador; el que le suministraba poder creativo con sus espirituales
sustancias. Fue durante un tremendo colocón del creador cuando el ornitorrinco
fue diseñado con la pretensión de unificar todas las especies en una sola para
conseguir la criatura definitiva que diese por concluida su siempre inacabada
obra, tras varios fiascos.
De
esta manera se conforma la trinidad que algunos visionarios ya han descrito:
energía (padre), materia (hijo) y camello (espíritu santo).
Tras
ofrecerme el animalillo esta gran revelación, se marchó moviendo gracioso su
cola.
A
partir de este momento, pude entrar en contacto con el único y verdadero
iluminador de conciencias, esa parte de la trinidad que nos está vedada: el
camello del creador, cuyo conocimiento supone el alumbramiento total a la
completa experiencia mística.
Debo
decir que las drogas que suministra este camello no funcionan alterando la
química del organismo y produciendo efectos a veces nefastos, a veces felices o
a veces, nada más, aliviando un dolor de cabeza o cortando una molesta diarrea.
Actúan
de forma directa sobre nuestro espíritu, otorgándole la capacidad de romper
cualquier cadena que le amarre al materialismo, banal y terreno, de nuestro
corto entendimiento y condenándole al ostracismo en el interior de nuestro ser,
ciego y sordo para siempre. Se trata de la suma liberación y de la comunión
completa con la trinidad que rige el universo.
Siento
una gran desolación por ver a la humanidad tan perdida y alejada de la gran
verdad de la cosmovisión, al no encontrar la manera -vastos son los prejuicios-
de conocer al gran camello del creador que es a la vez el creador mismo y su
hijo materializado en la tierra. Pero a la vez mi corazón se llena de júbilo
por constatar que todo sufrimiento solo es mera ilusión promovida por nuestra
ignorante ceguera.
Cualquier
cosa más que pudiese añadir solo sería tautológica mistificación de mi experiencia.
Con
esta nota pongo fin a la tetralogía que comencé con “Persecución” y que ha
supuesto para mí el don de la penetración en la verdad inconmensurable del
creador y, más importante todavía que eso, poder entrar en el circuito de su tráfico de estupefacientes que a tanta gente mantiene como drogada rascando y masajeando su sistema límbico.
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